sábado, 24 de diciembre de 2011

Nostalgias que te golpean en la vereda

No sólo fue eso, también fue el horrible reflejo del paso del tiempo, plasmado con toda su vulnerabilidad de cristal, pero de una forma tan inocente que te ceñía la garganta con un cinto del pasado.


"...mis esquemas revueltos..."

...

lunes, 19 de diciembre de 2011

Navidad de Neon


Contornos de una cultura que no nos pertenece. Símbolos ajenos colgados detrás de nuestros caóticos vidrios, nuestros viejos cristales resguardados con rejas de nuestra propia violencia interna en constante estado latente.
Algo que puede liberarse cuando entra en contacto con la sociedad es algo que permanecerá eternamente anclado a su propio mecanismo.
Pasos más adelante hay unas pegajosas y oscuras manchas alrededor de un hueco, del que emerge un triste árbol. Completamente aislado de los otros de su especie y todavía erguido, quizás por su rigidez, es un indicio de qué se puede y qué no se puede romper, aunque no esté escrito en todos lados se intuye a veces.
La vereda sucia y despareja, lo que es de todos no es de nadie. Colillas de cigarrillos, hojas verdes, papelitos y más manchas.
La diferencia está en el color, la separación también; esto es tuyo, esto es mío; limpiá eso, que no lo vea.
Ciertos detalles son destruidos, nadie sabe por qué y a veces a nadie le importa. ¿En qué noche quedó así? No lo sabemos, pero ahora está así y hay que vivir con eso. No se arregla ni se pinta, pero forma parte de nuestro entorno visual. Y si hay un agujerito y está a la altura correcta, se puede meter un papelito ahí, quizás algunos boletos y por supuesto palitos de chupetín.
Una casilla de gas puede pasar a ser un papelero inerte hasta que se llene. Y cuando se llena, hay que dejarlo ahí. Ya no entra nada.
Cuidando la propiedad privada se doblan y sueldan unas afiladas barras de acero. Apuntan hacia afuera, como señalando lo que está mal. Un entramado de metal deja ver una línea del contenido pero a una altura a la que nadie llega. Estética criminalística precavida y elevada. Una cámara apunta hacia lo que podría ser un desgarro de carne accidental si es que hubiere un error en los movimientos de los vestigios capitalistas. Todo está calculado.
El foco solitario, las vigas azules y los tirantes de madera desnudos. Estacionamiento las veinticuatro horas, autos, camionetas, tortillas cincuenta centavos y facturas tres por dos. Un cartel de Bonobon y uno de prohibido estacionar. El amor prohibido, ahí no, y allá tampoco.
El minimalismo pasa desapercibido y encima lo cubren un poco las plantas. Una ventana que no sirve y un techito que tampoco le dan ese toque de "y esa parte para qué es?" que tanto tiene esa casa. Pero adelante hay un portón de chapa negra que no deja ver nada de lo que sí tiene una razón de ser, suponemos. Sólo se demostrará cuando se toque el timbre y alguien salga. Pero no, ya no es así, ahora se pregunta desde adentro quién es? Quién es?
Una caja de teléfono, una cámara de seguridad, una ventana medio cerrada, un aire acondicionado y muchos cables. Todo en un mismo rincón. Los cables comunican, llevan información y la manguera saca la transpiración del aire y la gente hacia afuera. Esto multiplicado por miles de casas. Todo el tiempo.
"Hay Lugar", autos cinco, motos dos cincuenta, cmtas 6. Playa, mensual. No, mensual no me queda nada, está todo ocupado. Un kiosco todo pintado de amarillo para que el cartel de bonobon quede bien, estamos en verano. Y en verano el chocolate se derrite y el amor cambia.
Y el último vistazo antes que se acabe la canción es un porta mástil vacío bien alto atornillado a una columna. Y así está, vacío todo el tiempo, desde hace años.