lunes, 11 de marzo de 2013

Epígrafe

"Rara vez un lector ha encontrado relación alguna entre el epígrafe y el resto del libro."
                                                         Patricio Corvalán, idea carente de sustento, 2013.





Hay quienes buscan en esas frasecitas que hay al inicio de los libros cierta inspiración para la etapa de su vida que están recorriendo en ese momento, que como la mayoría de los casos está rebasada de incertidumbre y malas decisiones; otros esperan encontrar profundos debates filosóficos, contradicciones entre la lógica y el plano de lo real o incluso, por qué no, una frase que concentre toda la idea que será postulada en 450 páginas, con notas al pie que nadie termina de leer. Considerado esto último, no haría falta leer el libro, bastaría con intentar leer concienzudamente estas oraciones que levitan en el extremo superior de lo que casi fueron páginas en blanco, antecediendo al prólogo, otra vil sección totalmente innecesaria; como la tercera concavidad del lavarropas, que no lleva ni enjuague ni jabón el polvo, y nadie sabe por qué está ahí.
Se dice que quienes realmente comprenden los más oscuros secretos del universo no son los que leen todo el libro, sino quienes se detienen eternamente en los epígrafes. Porque, si en un estado total de desamparo son capaces de generar una conexión entre una frase suelta y una obra que todavía no leyeron, su perversión no tiene límites.

Se desconoce en qué año se empezaron a utilizar estos engendros cursivos, pero se deduce una intención primordial de despistar y hacerle perder valiosos segundos a los más ingenuos lectores. Ciertos especialistas se atreven a postular que la sola lectura del epígrafe, generalmente proveniente de otro autor que rara vez respira, afecta a la percepción de todo el ensayo subsiguiente, cambiando incluso el sentido de la Tesis, diplomática y elegantemente explayada.
El lector, totalmente tensionado, avanza página tras página intentado, sin éxito alguno, olvidar dicha oración de carácter somático. Al final del libro, la conclusión que emana de una voz interna carcomida por la desdicha es la siguiente: 
¡¡Qué cuernos quizo decir con ese epígrafe?!

Algunos pensadores románticos remiten a estas acechantes citas como el principio mismo del concepto de atentado. Una pequeña célula que es capaz de destruir toda una obra si se la coloca en la puerta de entrada.