sábado, 23 de noviembre de 2013

Es sólo un cuerpo

Un fantasma no puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
Algo que no produce sombra, que no tiene reflejo
y que sólo existe en los ecos;
algo así, no puede dividirse. 
Es una entidad capaz de mover objetos en el plano de lo real.
Alejarlos de su posición original, pero nunca traerlos de vuelta.
No puede empujar algo más allá del abismo,
no puede quebrarlo, no puede romperlo,
pero puede encaminarlo, a la destrucción.
El fantasma no caminará hasta el final, porque sabe,
sabe que una vez ahí, será arrastrado junto con la víctima,
a ese lugar donde no hay sonidos ni reflejos.
Más allá de la luz, donde se agrieta la oscuridad,
donde el frío tiembla de miedo, donde la piel grita,
Donde los ojos no existen.

El fantasma no puede mirar, puede sentir
y puede hacerte sentir que lo ves, pero no es ahí.
No es ahí donde está.
Empuja al pasado hasta hacer que su fría nariz
toque la madera de tu puerta.

No puede esperarte del otro lado
porque no puede dividirse.
Existe aunque no lo pienses.
No puede nombrarse a sí mismo.
No puede hacerlo porque no sabe quién más está.
Habla, sin emitir sonido, el idioma del momento.
Huele a interiores. Interiores que se doblan.
Interiores que salen.

El muro se da vuelta. Se desprende un poco de polvo.
El sonido de arena cayendo cesa. El tiempo se detiene.
El fantasma está de espaldas.
Su cuello se dobla, la garganta se abre.

Esa sensación helada cuando la piel se abre
y la oscuridad se derrama.
Gotea y de repente cae de a chorros.
El cuerpo ya no está.