jueves, 22 de noviembre de 2012

Angustia en 2 dimensiones



Tiene dos dimensiones, dos dimensiones como una página, como mi sombra, como mi letra.
Mis libros descansan en un encierro antinómico, presionados por paredes de madera. Yacen inmóviles sin ser apenas tocados durante intervalos de meses enteros. Todos ellos contienen centenares de historias y explicaciones, teorías y contradicciones, muchas no llevan a ningún lado. No hay un orden específico para este conjunto de objetos escritos, cada uno fue sacado, a veces empezado, a veces pensado y rara vez terminado; para luego ser devuelto en cualquier lugar. Compulsivo, sí.
Quizás el contenido de mis bibliotecas representa mi mente de alguna forma. Son tres, una es petisa hecha de contrachapado, una es de melamina negra y con tensores de acero que la sostienen y la tercera es de madera de pino teñida. Ésta última me la compré en Córdoba cuando empecé a ganar mi propio sueldo, quizás unos meses más adelante. Recuerdo cuando la metí al departamento, olía a recién pintada, un olor medio a solvente que se podía sentir desde afuera del departamento. La imagen que me producía ese olor era una especie de alquitrán aguado, medio amarillento. El color era perfecto.
Y ahora está en mi pieza, a poco más de un metro de mi cama con una historia clavada con tachas en su costado derecho. Bloom like an artist.

Detrás de esta cáscara el desorden muerde de noche, y al despertar, duele. Respira en los semáforos, muerde más fuerte, sube el volumen y esto alivia un poco.
El copiloto invisible, al no poder abrir la puerta está siempre ahí. Escucha, comenta y muchas veces elige la música. Cuando la música es nueva, se aleja de a ratos.
Oscuro como el primer recuerdo, pareciera no haber sido afectado. La cuadrícula en la espalda  se quedó sentada en el descanso de la escalera de barandas azules. Y aquella reacción en la vereda desgarra más fuerte que el olor a solvente. Y a la vez, es tan invisible como el mismo.

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