A veces el viento comienza a moverse muy rápido, de repente, de la nada. En un momento, silencio absoluto y en el siguiente se escuchan los árboles, aunque estén afuera, y la ranura de la puerta empieza a silbar. Ese silbido constante, que ignora la espera del silencio y sigue, como si nada.
El correr del viento frío, aparte de activar sonidos genera distintas reacciones en las personas. La repentina aceleración del espacio entre los edificios y las personas, según si éstas estan fuera o dentro de los primeros crea situaciones diversas. A algunos los hace contraer sus hombros y sacudir sus flequillos, a otros los hace apretar el borde del acolchado con sus dedos y presionar la cara contra la almohada, otros simplemente sacan levantan un fino papel que se voló desde un escritorio y, por más que nunca lo usarán para nada, vuelven a ponerlo en el escritorio para que se traspapele con el resto que sí sirve.
El viento silba y mueve todo, levanta la tierra, la traslada desde la calle hasta el interior de un gabinete o debajo de una heladera. A veces pareciera estar a punto de hacer estallar una ventana, pero sólo queda en eso, en "a punto", como tantas otras cosas.
A mi me hace estornudar, de paso me interrumple en el tecleo y me cansa con su silbido, pero por otro lado refresca mi ambiente, el espacio que hay entre los objetos de mi casa.
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