En una época
sentarme a escribir con la máquina de escribir eléctrica de mis padres me
resultaba más placentero que tipear en la computadora. No sabía usar internet en esos tiempos, sí, no sabía. Sentir el impacto de los
pequeños sellitos con cada letra a medida que escribía tenía su encanto. Obvio
que era un acercamiento a las máquinas Olivetti que tuvieron tanta aceptación
en los escritores bohemios de los ardientes sesenta. Pero bueno, en nuestra
casa había una eléctrica.
Hoy me doy
cuenta que ese placer diletante se transportó entre el teclado de mi
computadora y la pantalla touch del celular. Tiene más encanto, aparte que es más
cómodo y rápido, el teclado de mi computadora. Lejos estamos hoy de la máquina
de escribir, aunque por unos mil pesos o menos se consiguen algunas en unos
sucuchos que vi en Buenos Aires la última vez que estuve. O quizás eran más de
mil pesos, no sé, igual no me veo comprando una por ahora. Como que mi economía
me lleva a comprarme cosas útiles, y si son boludeces tienen que ser baratas.
Bueno, esto
es una ansiedad de escribir antes de dormir. Por eso esto no está para nada
interesante. No era una ráfaga de inspiración, sólo ganas de volcar mis ganas
de tipear. Y creo que con esto es más que suficiente.
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