jueves, 11 de marzo de 2010

Atracción Imperceptible

Unos días atrás había comenzado a notar que unas pequeñas manchitas negras le salían en la piel. Eran tan oscuras como el alquitrán. Tenía dos en su mano izquierda, una un poco más grande en el antebrazo y dos o tres en el cuello.

Dos días más tarde ya estaba asustado, le habían salido cinco más en diferentes lugares del cuerpo. La textura de estas manchas era como una serie de pinceladas en diferentes sentidos, se podía tocar y sentir su relieve.

Con el pasar de las semanas las manchas fueron cubriéndolo cada vez más. El notaba que iba desapareciendo de a poco. La gente le prestaba, a diferencia de lo que uno supondría, cada vez menos atención. Todavía se percibían sus gestos, el resto de cuerpo ya era absolutamente negro y, en ese tono, sobre esa textura, ya no se reflejaba nada, ni siquiera la luz.

Era como si la gente que antes se veía a sí misma sobre esa superficie brillante, al no poder verse más comenzó a ignorarlo.

Cuando lo negro lo cubrió por completo no pudo volver a emitir sonido alguno, ya sólo era un cuerpo oscuro, pintado, mudo, inexpresivo… inexistente.

Después de ahogarse en un mar turbio y espeso de indiferencia, de haber tragado y escupido la nada misma, la energía negativa, producida por el odio a esa situación progresiva e irreversible que no podía cambiar, comenzó a atraer a las personas. Aunque no quisieran ir hacia él, ni prestarle atención, esta entidad oscura y antropomórfica lo absorbía todo. No sólo a las personas sino literalmente a todo. Comenzó a comerse la vida y la materialidad en todas sus formas conocidas. Y no sólo comenzó a llamar drásticamente la atención de todos sino que producía un miedo atroz, un miedo a ser consumido por la oscuridad. Un miedo a dejar de existir.

Y así, un agujero negro se había formado en la tierra, entre nosotros, y de una forma que nadie se esperaba.


Patricio Corvalán. Principios del 2010.