domingo, 18 de mayo de 2008

Límites

Nunca existió la posibilidad de salir de ahí, nunca. Puedo escribir mejor desde la oscuridad, eso lo aprendí aquí, pero no me puedo leer. Supongo que el hecho de la falta de puertas me protege en cierta forma. La no interrupción de los planos quita las posibilidades, porque sólo es eso. Únicamente podrás pasar por pequeñas aberturas, que casi no se ven, casi invisibles, a veces se encuentran ocultas detrás de algo. Y mientras no veas ninguna, no puedes salir de aquí; podrás continuar, sí… pero te seguiré viendo, estarás de este lado.
La piel nos protege, pero es necesario salir de ella para sentir el aire, el ácido y tajante aire… la realidad.
La angustia, el dolor, la oscuridad que no nos permite ver. Son nuestros compañeros fieles, los que siempre vuelven, no nos olvidan. Y solemos ahogarnos con nuestra propia salida, tan espesa, cuando sabemos que llegaron. Aquí están, nos cubren por dentro y por fuera.
Ahora queremos que se vayan, recién llegaron pero su presencia es terrible, nos sofoca. Pero se prendieron tan fuerte a mis entrañas, envolvieron mi esófago, estrangularon mi garganta y ataron mis costillas. La única forma de que se vayan es arrancándome algo, están tan agarrados que tirando con mucha fuerza se llevarán consigo una parte de mi. Y no quiero perderla, no ahora. Extirpando eso lograré generar un hueco, el orificio por el que se irán, por el que serán expulsados. Luego será muy difícil tapar esa abertura, llevará mucho tiempo. Tiempo que será la misma posibilidad de que algún intruso ingrese antes de que pueda sellarla. Ese nuevo intruso crecerá, se alimentará de mí, me consumirá y así crecerá tanto que no cabrá por ese maldito hueco, el que permitió que entrara.
Tendré que agrandar el hueco. Entrará luz y lo secará todo, ya nada fluirá y se perderá el misterio. Todo empezará a hacerse insostenible y comenzará a resquebrajarse.

Puedo estar dentro y no ver nada, puedo moverme, sí, pero tengo mis límites tan cerca que me asfixio, no puedo estirar del todo los brazos, tampoco tengo por qué hacerlo. Sólo le recordaré a mi cuerpo que es imposible.
También puedo estar fuera y encandilarme con la eterna luz blanca. Mis ojos deben permanecer cerrados, y entonces mi cabeza solo percibe el rojo difuso, la sangre circulando entre mis párpados.
Ahora puedo correr, para no quemarme y nunca llegar a ningún lado; extraño mis límites, odio la posibilidad de que no exista un fin. Necesitamos un fin. No conozco mis límites, entonces no me conozco a mí.
Quiero volver al encierro absoluto, con sus muros, sus fronteras que íntimamente adaptan mis movimientos. Un fin concreto y cercano.
Todo eso… o la eternidad rodeándome? El ahogo y la claustrofobia, o la pérdida completa de la noción y la simbiosis entre el aire y mi cuerpo? El dilema de la obligación a la existencia.
Mi última opción. Inyectarme en el límite. Existir dentro. Ya no sería blanco ni negro, sería un gris mediador, el que no es ninguno de los dos. El que transmite, pero no elabora nada.
Ahora sí puedo abrir mis ojos, veo el muro, su composición, su textura a dos milímetros de mis ojos. No puedo enfocar bien, pero puedo percibir su color, sé que está ahí.
No tengo dudas ahora, sé lo que toco, es frío, rígido y áspero.
Puedo ver, puedo sentir, saber, oler…
…no puedo moverme, estoy incrustado en el muro.


Patricio Corvalán

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