sábado, 29 de diciembre de 2012

The Difficult Kind


Las brisas de diciembre se filtran por mis costillas, Incubus retumba en mis oídos y un pequeño libro, regalo de cumpleaños, es escudriñado por mis ojos mientras mi panza se achata contra un colchón inflable.
En los confines de mi ínsula posterior nace, se desvanece y resurge la misma imagen a cada momento, como una velita de cumpleaños de las que no se apagan. La re-representación del sello sobre la plasticidad de mis blancos papeles; sobre ese aglomerado doblado en las puntas por el peso de nuestros codos. La luz blanca del día que proviene de la calle, se cuela por entre los barrotes de hierro de una ventana alta, debajo de ella, una numeración indeleble que se discute, se cae y se reescribe. La claridad del haz inmigrante evidencia el vapor que emana del termo abierto. El agua se había pasado y había que dejarlo destapado para que se enfriara un poco.
Yo tomaba los fuertes, ella los lavados. Tomaba las infusiones cuando ya casi no tenían sentido, el té tibio-casi frío, y el mate lavado. Pero el amor lo consumía en su momento justo, cuando era inmaduro, pasional y voraz, en su apogeo de irracionalidad. Pero también así, rebalsando de felicidad. Siestas y tardes de risas reales, caricias que no había que pensarlas, solíamos criticar las máscaras. Golpes, accidentes y caídas de la cama como niños que no se aguantaban esos espasmos entre cada carcajada.
Cientos de fotos de su belleza siendo revelada por los rayos del sol desde distintos ángulos y en distintos parques. Su belleza, literalmente, sobre un pedestal.

Fragmentos de abril traspasando los acantilados de mi cerebro como hojas de afeitar. Cuatro cifras que tengo que digitar cada vez que quiero suplir una necesidad impuesta; cero-impar-cero-par. ¿Algo más simbólico que eso? Que levante la mano.

Una ciudad funcionaba en su cabeza, donde, con los meses y la lejanía, acabaron de consumirse los últimos saldos de una película en francés.
Una ciudad que funcionaba desde antes de conocernos, pero funcionaba mejor una vez que nos habíamos conocido. Ese núcleo urbano mental se desvanece, y antes de que se apague del todo, como por un enlace se enciende en otro lugar. Como en un experimento hidrostático, cuando se sumerge en un punto se eleva en el otro. No se extinguió, sino simplemente cambió de lugar. Una ciudad nómada que no puede morir, sólo trasladarse. Lo que falta en uno se lo encuentra en el otro. Hay cierto equilibrio que sólo se puede medir en el tiempo.
Sólo ella, sólo allí.

Nunca hubiera imaginado que terminaría preso de la imagen de una tarde con mate y facturas, de un perfume, de una visita inesperada, de un primer paseo hasta la esquina de Vélez Sarsfield y Laprida.

1 comentario:

Luz dijo...

Gracias por recordar el amor.